Vida Moral Sana - Espiritualidad Básica

Vida Moral Sana

Nuestra manera de vivir ejerce un impacto directo sobre el desarrollo de nuestra naturaleza espiritual. Todos los maestros espirituales nos dicen que una buena conducta moral es el fundamento de la vida espiritual.

Las enseñanzas de los santos, en lo que respecta a la moralidad, se basan en su conocimiento sobre las acciones que son benéficas y perjudiciales para nuestro desarrollo espiritual. No proponen la moralidad por la moralidad en sí misma. Su preocupación es de naturaleza práctica, y va dirigida a ayudarnos a comprender la ley de acción y reacción que gobierna el mundo. Quieren que no caigamos en trampas o ilusiones. Saben que en nuestra obsesión por los placeres buscamos la felicidad en lugares donde, a fin de cuentas, tan solo encontramos frustración, tristeza y apego. Los consejos que los santos nos dan sobre la moralidad son para prevenir que caigamos en el peligroso ciclo de acciones y reacciones que nos mantiene atados a esta creación.

Sexualidad y espiritualidad

Los santos nos aconsejan regular la sexualidad porque esta lleva la atención hacia abajo en el cuerpo y hacia afuera en el mundo. Nuestro objetivo es dirigir nuestra atención hacia arriba, elevando nuestro nivel de conciencia para crecer espiritualmente. Todo lo que atrae nuestra atención hacia los placeres sensuales del cuerpo nos impulsa hacia el mundo, y de ese modo quedamos atados más estrechamente a la creación física.

En su libro La Liberación del Alma, Stanley White dice: “Muchos maestros espirituales están casados y nos muestran con su ejemplo que se puede llevar la vida de casado y seguir con éxito el sendero místico. Si llevamos una vida sensata y controlada, comprobaremos que la meditación nos irá desapegando lentamente de las necesidades físicas. Entonces no echaremos de menos la ‘falta’ de sexo, pues la mente habrá encontrado (en el interior) un placer superior y con gusto abandonará los placeres asociados con la sexualidad. Los místicos son muy prácticos; saben que no podemos renunciar a los placeres sensuales en el momento de llegar al sendero. Nos enseñan que esto necesita una retirada lenta y gradual. En consecuencia, nos aconsejan satisfacer prudentemente las necesidades corporales hasta que lleguemos al estado en que la necesidad sea superada por medio del apego interior al Espíritu.

”Nuestro interés por el sexo y la necesidad de él, va disminuyendo a medida que progresamos espiritualmente. La vida de celibato resultaría impracticable para todos, excepto para unos pocos que, de hecho, han trascendido esta necesidad. Además, un celibato ‘forzado’ no serviría de nada, ya que la mente estaría rebelándose constantemente debido a la represión. Por lo tanto, es obvio que la prescripción dada por los santos, (a saber: llevar una vida moral sana dentro de los límites del matrimonio, con la mirada puesta en un lento y gradual desapego a través del apego a la melodía interna), es el único método práctico para conseguir trascender las necesidades corporales”.

Es la mente la que nos impide contactar con el Espíritu. La mayoría de la gente que desea desarrollar su espiritualidad, intenta controlar a la mente de una u otra manera. Algunas personas practican diferentes formas de penitencia o llevan vidas de gran austeridad. Actuando así esperan desapegar a la fuerza a la mente de los placeres del mundo. Pero si no le damos a la mente una fuente alternativa de placer, si no la apegamos a una fuente de felicidad superior, entonces la mente se rebelará. El monje que vuelve al mundo después de conseguir un firme dominio sobre sí mismo, puede verse derrotado cuando se enfrenta de nuevo a las tentaciones del mundo; puede incluso perder el autocontrol normal que posee el hombre corriente. Cuando la mente es reprimida y forzada a someterse, en el momento en que se ve libre de la represión, vuelve con redoblado vigor a los placeres del cuerpo.

El desapego de los placeres sensuales no puede conseguirse con la represión. Ni tampoco, como mucha gente piensa, podemos elevarnos sobre los placeres sensuales entregándonos a ellos; esto es lo mismo que intentar apagar un fuego echándole gasolina. Lo único que se conseguirá es que la mente se vuelva más activa. La mente nunca se saciará entregándose a los placeres. Al contrario, cuanto más se entregue a los placeres, más insaciables serán sus deseos. Los santos nos sugieren un procedimiento distinto. Nos aconsejan que apeguemos la mente a algo superior, a algo que le proporcione mucho más placer que los placeres sensuales; y este placer superior es nuestro contacto con la melodía divina o Verbo. El Verbo es la fuente primordial de placer puro y eterno. La divina elevación producida por el contacto con esta incesante melodía le mantiene a uno tan fascinado interiormente, que nunca se cansa. En comparación al placer que se obtiene contactando con la melodía interna, los placeres del mundo resultan insípidos y pierden su atractivo. Solo apegándose a este placer superior puede uno desapegarse realmente de los placeres sensuales.

El desapego nunca puede lograrse en el vacío. Solamente el apego a algo superior como la música interna, puede originar un verdadero desapego del mundo.

Más posesiones, más poseídos

Los santos nos aconsejan que seamos honrados en nuestros tratos con los demás y que hagamos de nuestro código moral una parte inseparable de nuestra vida. Atribuyen mucha importancia a que cada uno se gane su propio sustento, pues si vivimos de los bienes de otros crearemos un nuevo obstáculo en nuestro crecimiento espiritual. Si somos una carga para los demás contraeremos deudas que hasta que puedan pagarse alargarán el tiempo que debemos pasar en este plano de conciencia.

Los maestros espirituales están entre nosotros como ejemplos de cómo vivir honradamente. Se mantienen a sí mismos y nunca aceptan dinero de sus discípulos para su uso personal. Su trato es sincero y claro con todos. En todo momento demuestran que la felicidad no se encuentra en el dinero o en los bienes materiales, sino en estar satisfechos con lo que se tiene.

En esta época materialista, hemos alimentado la idea de que para ser felices necesitamos más de todo. No nos percatamos de que cuando el bienestar y la seguridad material se convierten en lo más importante para nosotros, nuestra vida espiritual empieza a morir. Apegándonos al dinero, a los bienes materiales y al resto de cosas del mundo, fortalecemos nuestros egos, se debilita nuestro equilibrio interior y, en este proceso, nos enajenamos convirtiéndonos en extraños para nosotros mismos. Es así como perdemos la paz de nuestra mente y poseídos por nuestras posesiones, nos agobiamos, nos preocupamos y perdemos nuestro equilibrio.

Intentando ignorar la dura realidad de nuestra muerte, nuestra mente se engaña a sí misma manteniéndose ocupada, procurando acumular más riqueza, más poder, y más de todo lo que le gusta. En este escenario nos podemos convertir con demasiada facilidad en adictos al trabajo, con escaso tiempo para recordar nuestra meta. En realidad hacemos como el avestruz, que esconde su cabeza en la arena pensando que así nadie podrá verle. Nuestro fin ha de llegar algún día, independientemente de donde nos ocultemos y de lo que hagamos.

En nuestros intentos por encontrar la felicidad en el mundo hemos aumentado la complejidad de nuestras vidas hasta un punto sin retorno. Hemos permitido que los medios de comunicación nos laven el cerebro, nos creen necesidades artificiales. En ese proceso nos hemos moldeado a nosotros mismos de acuerdo con los cielos prometidos en los anuncios comerciales de la televisión, y nos hemos arrojado de cabeza a sus atractivas trampas.

Los medios de comunicación, a través de la comercialización masiva, han reemplazado nuestros valores espirituales con ideas materialistas. El consumismo dicta el estilo de vida. Ir de compras se ha convertido en un sustituto de la experiencia religiosa y los centros comerciales se han convertido en nuevos lugares de adoración. Pensamos que necesitamos estar a la altura de nuestros vecinos, siempre compitiendo por tener más que los demás. Diez tarjetas de crédito no son suficientes. Incluso si tenemos una casa para el invierno, otra para el verano, un apartamento en el océano y una cabaña en el bosque, todavía estamos insatisfechos.

¿Cuántas camisas podemos usar en un día? ¿Cuántos vestidos podemos lucir en una velada? ¿En cuántas habitaciones podemos dormir en una noche? Y aun cuando lográsemos adquirir las cosas materiales que representan el estatus supremo, como un palacio, un Rolls Royce o una avioneta personal, ¿qué haríamos si descubriésemos que después de haber logrado todo eso, aun así, no somos felices? ¿Seríamos como el perro que persigue locamente a un coche hasta que al darle alcance, se da cuenta de que no sabe qué hacer?

La codicia es destructiva. La avaricia ciega a la persona. La vuelve tan obsesionada por conseguir ganancias materiales, que está dispuesta a vender su alma por un plato de lentejas. En sus miopes demandas de satisfacción la gente, en su lucha por sobresalir y conseguir lo que desea, se vuelve despiadada. Basta con ver cómo hemos saqueado los recursos de la tierra para satisfacer nuestra avaricia. Cuando nos conviene, transigimos con los principios que decimos que son muy importantes para nosotros, y hallamos justificación para las mismas acciones que en los demás condenamos.

La codicia y la implacable búsqueda de la auto-complacencia endurecen el corazón, dispersan la mente y malgastan nuestra energía, haciendo que nuestro desarrollo espiritual resulte muy difícil de conseguir.

No es más rica la persona que más tiene, sino la que está contenta con lo que tiene. Hemos elevado nuestro nivel de vida, pero lamentablemente no hemos hecho lo mismo con nuestro nivel de contentarnos con lo que tenemos. La palabra contento casi ha desaparecido del vocabulario de hoy en día, a pesar de que tenemos mucho más de lo que verdaderamente necesitamos.

Si nos tomamos la molestia de reflexionar sobre ello, comprobaremos que no necesitamos tanto para vivir. Que nuestras necesidades no son tantas. La vida es muy sencilla, pero nosotros la complicamos: “cuantas más posesiones, más poseídos y cuantas menos posesiones, menos poseídos”.

En Tesoro Infinito, Maharaj Charan Singh nos dice: “Pregúntale a cualquiera y verás que no tiene mucho tiempo. El obrero no tiene tiempo; el técnico no tiene tiempo; el industrial no tiene tiempo. ¿Quién tiene tiempo para relajarse? ¿Quién dispone de algunos momentos de ocio? Nadie.

”¿Qué hemos obtenido de todo este progreso, de todos estos avances? No podemos encontrar una hora para nosotros, ni siquiera tenemos media hora para descansar. Todo el mundo sufre de tensión mental, todas las caras reflejan tensión, nadie parece estar relajado. Cuatro personas no pueden sentarse juntas para aliviar su tensión riendo despreocupadamente.

”El resultado son los crecientes casos de enfermedades del corazón, de diabetes, de tensión arterial alta. Toda nuestra vida se ha vuelto artificial. Hemos olvidado cómo reír y cómo llorar. Nuestras sonrisas se han vuelto artificiales y también se han vuelto artificiales nuestras lágrimas.

”Pero esto no es todo culpa del progreso. Nos hemos convertido en prisioneros de las cosas que nos ha proporcionado el progreso. Estas cosas fueron creadas para nuestro provecho, para nuestro uso, nosotros no estábamos destinados para su provecho, para ser usados por ellas. Nos hemos convertido en esclavos de las máquinas, no en sus dueños. Estamos poseídos por ellas, no las poseemos nosotros. Deberíamos convertirnos en propietarios, en dueños de todo este progreso. Cada persona debería tener suficiente alimentación, debería tener un techo sobre su cabeza, debería estar relajada, debería estar libre de tensiones. No debería haber tensión en la mente de nadie.

”Los padres deberían ser amorosos con sus hijos y los hijos deberían mostrar respeto por sus padres. Estos son los valores que todo ser humano aprecia en la vida. Estos son los valores básicos de la vida. Y si se pierden los valores de la vida, entonces, ¿cuáles son las ventajas de todo este progreso? ¿Dónde está el provecho de todos estos avances?

”No me opongo al progreso moderno ni a la presente civilización. Pero a ningún precio deberíamos comprometer los valores básicos de la vida humana. Todos deberían gozar de tiempo libre. Deberíamos llevar una vida sencilla, relajada, libre de preocupaciones. Debería haber unidad y paz en la familia, respeto por nuestros mayores, y deberíamos cuidar de nuestros hijos. Nuestro alimento y nuestro entorno deberían ser sanos. Deberíamos ser amables y serviciales con los demás. Nuestros avances deberían conducirnos en esta dirección”.

Si construimos nuestro mundo sobre las falsas promesas que nos ofrece la sociedad mercantilista a través de los medios de comunicación, seremos barridos por la superficialidad y artificialidad de esos medios que están todos impulsados solo por la avaricia. Pero al no aprovechar esta oportunidad para desarrollarnos nosotros mismos plenamente, perderemos también la ocasión de conseguir una paz mental duradera y la enorme felicidad y alegría que hay en nuestro interior.