Meditación - Espiritualidad Básica

Meditación

El verdadero crecimiento espiritual solo se puede conseguir por la práctica de la meditación. Hay muchas maneras de meditar y sus objetivos y resultados difieren, pero la manera descrita aquí, trata sobre la técnica de unir el alma con la energía primordial o Shabad. Su propósito es única y exclusivamente fundirnos con nuestra fuente.

Para que podamos contactar con esta energía que se manifiesta dentro de nosotros en forma de luz y sonido interior, necesitamos seguir la técnica de meditación prescrita por un maestro espiritual que esté, él mismo, en contacto con esa energía. Si tenemos una radio desconectada de su fuente de energía, entonces está claro que no podremos escuchar con ella ningún tipo de música. Para sintonizarla con alguna emisora, tendremos que hallar algún medio para conectar la radio a alguna fuente de energía. De igual modo, un verdadero maestro espiritual vivo, al estar sintonizado con la fuente de energía que ha creado el universo, puede enseñarnos a nosotros cómo volver a conectar con la música espiritual interna que siempre está resonando en nuestro interior.

El viaje interior

La vida puede considerarse como un viaje. La primera parte es la que estamos viviendo ahora, y es durante esta parte del viaje cuando nos asociamos con el mundo a través de los sentidos. Aunque podamos alcanzar muchos momentos de felicidad, hay también abundante frustración y sufrimiento. Los supuestos placeres que podemos disfrutar en este nivel, con el tiempo se transforman en dolor y desencanto. Limitados por nuestros sentidos y los apegos mundanos permanecemos prisioneros en este mundo, ajenos a todo lo demás. No tenemos ni idea de la segunda parte del viaje: el viaje interior.

La felicidad permanente solo puede alcanzarse poniéndonos en camino para realizar la segunda parte del viaje. Esto se consigue con la meditación. El viaje interior comienza cuando uno recoge su conciencia expandida por todo el cuerpo para concentrarla en el centro del ojo espiritual. Este centro es el asiento natural de la mente y el alma en el cuerpo físico. Es un punto situado a medio camino entre los dos ojos y ligeramente encima de ellos. Es un punto espiritual sutil y no puede encontrarse diseccionando el cuerpo. Es en este punto sutil donde la mente y el alma están atadas juntas. Y es ahí, si elevamos nuestra conciencia hasta ese nivel, donde entramos en contacto con el Shabad, la fascinante música de Dios.

La misma mente, que estuvo continuamente persiguiendo los placeres sensuales, cambia totalmente de dirección, pues los placeres del mundo dejan de resultarnos atractivos cuando entramos en contacto con la felicidad de la melodía divina a través de la práctica de la meditación. Los placeres del mundo se tornan totalmente insípidos. Cuando nos orientamos hacia el objetivo de contactar con la melodía divina, le damos sentido y dignidad a nuestra vida.

Morir en vida

Es verdad que el inestimable tesoro del Shabad está dentro de todos nosotros. Es nuestra riqueza. Está ahí para todos, pero únicamente la descubriremos cuando practiquemos la técnica de meditación enseñada por un maestro vivo, un maestro perfecto del Espíritu.

Solo un verdadero místico vivo puede enseñarnos la técnica de meditación, mediante la cual retiramos nuestra conciencia de todo el cuerpo hasta el centro del ojo espiritual, donde contactamos con la corriente del sonido. Los místicos se refieren a este proceso de meditación como morir en vida.

Como se explicó antes, cuando la muerte llega, nuestra alma se retira hacia arriba desde las plantas de los pies y va al centro del ojo espiritual. Primero se enfrían los pies, luego las piernas, después se entumece todo el cuerpo, y finalmente los órganos del cuerpo dejan de funcionar. Cuando el alma atraviesa el centro del ojo espiritual, abandona el cuerpo, y este, privado del alma, no puede sobrevivir y morimos.

Por medio del mismo proceso en la meditación, tenemos que morir mientras vivimos. Según las enseñanzas de los santos, la meditación es el proceso mediante el que toda la conciencia vital abandona la parte inferior del cuerpo, y las corrientes del alma se concentran en el ojo espiritual. Entonces, podemos salir del plano físico para empezar el verdadero viaje del alma hacia nuestro hogar original.

La diferencia esencial entre la muerte ordinaria y morir en vida se encuentra en que durante la meditación no se rompe el cordón de plata que une al alma con el cuerpo. Los órganos del cuerpo siguen funcionando, y el alma regresa al cuerpo al finalizar la meditación.

Cuando la atención funciona por debajo de los ojos, estamos muertos en lo que se refiere a la vida real y eterna. Cuando la atención se retira y concentra en el centro del ojo espiritual, comenzamos verdaderamente a vivir y estamos muertos por lo que al mundo se refiere.

Venciendo a la muerte

Uno de los beneficios de las enseñanzas de los santos consiste en que el discípulo cruza las puertas de la muerte en un estado consciente de felicidad. Esta es la experiencia de los discípulos que han seguido diligentemente las instrucciones de un maestro espiritual verdadero. Estas no son meras palabras, ni un cuento tomado de algún libro de las escrituras sagradas. Los que siguen fielmente las instrucciones de un verdadero maestro espiritual, pueden llegar al estado de morir diariamente durante la vida. Una vez alcanzada esta excelsa condición, pueden entrar en las regiones superiores y luego regresar a voluntad al cuerpo físico. Para ellos, Dios es una realidad viva. Estos discípulos han vencido a la muerte.

El principal objetivo de la meditación es poder abandonar el cuerpo y regresar a él cuando uno lo desee. Es morir mientras todavía se está viviendo, porque solo después de esa muerte llega el alma a estar verdaderamente viva. La mayoría de las personas desconocen este eficaz método. Morir mientras se está viviendo no tiene nada que ver con ser incinerado o enterrado, o con el suicidio. Al contrario, aprendiendo este arte se puede, definitivamente, poner fin al ciclo de nacimiento y renacimiento y vivir para siempre. Estando capacitado para cruzar las puertas de la muerte, el discípulo pierde el miedo.

Nunca podremos realizar la vida verdadera mientras no vayamos más allá del reino de la muerte, o dicho con otras palabras, mientras no renazcamos en las regiones sutiles superiores. Esta es la razón de que Jesucristo diga: “El que no nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3,3). El que domine esta técnica no necesita regresar nunca más al sufrimiento de este mundo.

¿Resultados instantáneos?

Morir en vida no se consigue fácilmente. Solo pueden conocer esta experiencia los que hayan subyugado a la mente, eliminado todos los deseos y aniquilado el ego. Esto no es tan sencillo como parece. No es tan fácil como leer o hablar sobre ello, porque solo es posible lograrlo cuando dejamos de apegarnos al mundo. Mientras sigamos sucumbiendo a los deseos mundanos, el alma no podrá levantar el vuelo. Solo desapegándose del cuerpo y de la mente se puede morir mientras se está viviendo.

Algunas personas creen erróneamente que podemos fundirnos en la consciencia de Dios en un abrir y cerrar de ojos. Pero en la espiritualidad no hay atajos. El proceso de transmutar metales comunes (la vida mortal) en oro (la inmortalidad) es la verdadera alquimia, y eso requiere mucho tiempo y esfuerzo. No debemos hacernos ilusiones, ese estado no se alcanza de la noche a la mañana. Es un proceso continuo de transformación, no de información.

Con frecuencia, cuando iniciamos alguna tarea, nos sentimos impacientes por conseguir resultados rápidos. El hecho de estar orientados hacia los resultados puede ser eficaz en el mundo de los negocios, pero en la espiritualidad las cosas son diferentes y a veces pueden parecer incluso contradictorias. Si queremos resultados, lo primero que necesitamos hacer es olvidarnos de los resultados.

Al principio necesitamos prestar menos atención a los resultados y más atención al esfuerzo. Esa actitud nos ayuda a ser más eficaces en nuestro trabajo espiritual y esto, a su vez, nos ayudará a resolver los problemas que vayan apareciendo. Si cuidamos el presente, automáticamente estamos cuidando el futuro.

En espiritualidad, la actitud que necesitamos es diferente de la que se requiere en el mundo material. La espiritualidad exige que modifiquemos nuestra visión del mundo, que nos volvamos más humildes en nuestro enfoque de la vida, que no esperemos demasiado, igual que un niño cuando está aprendiendo a escribir. El niño sencillamente aprende, practica, simplemente lo hace sin esperar nada. La transformación de principiante a experto lleva tiempo, exige paciencia y reclama la voluntad de poner el esfuerzo y luchar tanto tiempo como sea necesario.

El guerrero interior

Nuestra mente superior y nuestras tendencias descendentes compiten hasta el final. Es una lucha de por vida; la batalla continúa hasta que un bando sale victorioso. Para vencer en este combate debemos confiar en la perseverancia y el esfuerzo propios, y en la guía y el apoyo del maestro espiritual. Si vemos el mundo como es, si estamos cansados de huir de nosotros mismos y de la angustia de la soledad, si nos damos cuenta de que estamos simplemente buscando por todas partes sustitutos del amor, entonces, no tenemos otra opción que ser lo suficientemente valientes para luchar.

El combate interior será duro y difícil. ¿Queremos soportar las penalidades de desprendernos de nuestros apegos? Si es así, ¿estamos dispuestos a realizar los sacrificios necesarios para adquirir una nueva manera de ver y hacer las cosas? Esto es algo sobre lo que debemos reflexionar. Hay muchos senderos espirituales. Este no está destinado para todas las personas. Exige paciencia, mucho carácter y perseverancia.

Una anécdota de la vida del famoso pintor Picasso ilustra este punto. En cierta ocasión, una señora que estaba visitando una de sus últimas exposiciones se le acercó y le dijo: “Maestro, sus cuadros son muy hermosos; pero dígame, ¿no podría un niño pintar como lo hace usted?”. “Sí, tiene usted razón”, contestó Picasso, “la única diferencia es que yo he necesitado 90 años para llegar a pintar como un niño”.

A Picasso le costó mucho tiempo, trabajo y paciencia volver a ser de nuevo como un niño. Del mismo modo, nosotros tenemos que trabajar muy duro para devolverle a nuestras vidas aquella inocencia, sencillez y pureza que una vez perdimos. Apoyándonos en los cinco pilares de la espiritualidad, nuestra visión del mundo será diferente, más relajada, más equilibrada y más fructífera.

Picasso tuvo que desaprender todo lo que había aprendido para convertirse en niño otra vez. Este es el enfoque que necesitamos en nuestra vida. Cuando nos reafirmamos en la espiritualidad, vivimos en el aquí y el ahora, y no se suscita la cuestión de los resultados. Cuando nos orientamos en busca de los resultados no queremos estar donde estamos, queremos conseguir los resultados sin poner el esfuerzo, y perdemos la oportunidad de disfrutar del esfuerzo en sí mismo. La meditación es el ‘esfuerzo sin esfuerzo’ que devuelve la simplicidad y la pureza a nuestras vidas.

Desprendiéndonos de nuestros apegos

La meditación es la medicina que nos curará del sufrimiento que nos hemos ocasionado a nosotros mismos. Si queremos que esta medicina funcione, debemos eliminar muchos apegos y afanes que solo aumentan la ilusión en que vivimos. Solo a través de la meditación podemos aprender a desprendernos de nuestros apegos antes de morir.

Nuestras vidas no deben girar alrededor de ninguna persona, animal, cosa, objeto, empleo, ocupación o proyecto. Aquietando la mente, la meditación nos ayuda a pensar lúcidamente y a situar las cosas en su propia perspectiva. Con la práctica de la meditación tomamos conciencia de que solo permaneceremos aquí, en este mundo, durante cierto periodo de tiempo. Nada nos pertenece ni tampoco nosotros le pertenecemos a nadie. No hay nada en el mundo a lo que valga la pena apegarse, simplemente todos estamos de paso. Podemos desprendernos de nuestros apegos, podemos dejar de permanecer apegados a todo aquello que morirá.

La meditación nos hace conscientes de que en la vida todo es transitorio. Por mucho tiempo que le dediquemos a algo, ya sea a nuestro cuerpo, a una persona, al trabajo o a cualquier otra cosa, al final, a la hora de la muerte, tendremos que abandonarlo. Lo queramos o no, tendremos que dejarlo todo. Así pues, lo que los místicos nos dicen es que abandonemos de corazón todos estos apegos antes de morir. Cuanto más pronto lo hagamos, mucho más felices seremos.

Como se dijo antes, en la meditación aprendemos a aquietar la mente. Cuando la mente se inmoviliza, percibimos que somos algo más que nuestra mente y nuestro cuerpo. La meditación nos ayuda a liberarnos del hábito de dar rienda suelta a nuestros pensamientos, puesto que es en este proceso en el que se crean nuestras ilusiones. Cuando la mente deja de analizar y las corrientes de pensamiento se calman, empezamos a ver dónde estamos realmente. Puede que no nos guste. Pero la única manera de progresar es aceptar nuestros demonios internos y reconocer nuestras debilidades para luego poder superarlas. El alcohólico, el drogadicto o la persona obsesionada, no pueden empezar a curarse hasta que reconocen y aceptan su problema básico para poder transformarlo en algo mejor. Es fundamental que nos conozcamos a nosotros mismos tal y como somos.

Los apegos y obsesiones a los que nos aferramos tan fuertemente solo nos hacen sufrir, retrasan nuestro viaje espiritual e impiden que vivamos plenamente. Los apegos perpetúan la ilusión de que pertenecemos a este mundo. No pertenecemos a este mundo. Este no es nuestro verdadero hogar, aquí todo está cambiando y es temporal. Lo único que existe aquí permanentemente es nuestro verdadero ser (el Shabad), que es existencia eterna y felicidad perpetua. La única manera de contactar con ese Ser eterno, de realizar lo que verdaderamente somos, es practicando la meditación.

Solo la meditación profundiza lo suficiente para extirpar la raíz de nuestros problemas. Los talleres de fin de semana, las afirmaciones mentales y otros tipos de terapia, no hacen más que arañar la superficie. Puede que funcionen durante un cierto tiempo, pero su eficacia se acaba desvaneciendo y volvemos a nuestras habituales maneras de comportamiento autodestructivo. Estos métodos son como tomar aspirina para el cáncer. La meditación del Verbo o Shabad ataca a la raíz de nuestros problemas, deshaciendo nuestros apegos y conectándonos con la fuente primordial de energía y gozo.

La meditación nos ayuda a desarrollar nuestras cualidades positivas. Elimina los bloqueos que impiden que nuestras cualidades salgan a la superficie de nuestro ser. Con la meditación nos acercamos al núcleo de nuestro ser y entonces, automáticamente, nuestras cualidades positivas se empiezan a manifestar por sí mismas. Afloran a la superficie de nuestro ser, igual que lo hace la nata en la leche de manera natural. Con la meditación nuestras tendencias descendentes cambian de dirección: nos volvemos indiferentes a la lujuria, la ira se transforma en tranquilidad, la avaricia en contento, el ego en humildad y el apego en amor verdadero.

Cuando somos conscientes del Shabad en nuestro interior, experimentamos un cambio radical en nuestro enfoque de la vida. De manera totalmente natural reajustamos nuestras prioridades y realizamos los esfuerzos necesarios para comportarnos de un modo que está en armonía con lo que somos y con el mundo. Nuestros problemas no desaparecen pero ya no nos afectan, pues somos más fuertes y estamos mejor equipados para enfrentarnos a ellos. Así conservamos nuestro equilibrio y mantenemos nuestra paz interior.

La paz que encontramos en la meditación es independiente de cualquier factor externo. En esa paz se es consciente de la realidad. La meditación nos hace más equilibrados, más hábiles y más productivos en todo lo que emprendemos. Con la meditación damos sentido a nuestra vida y nos purificamos. La meditación elimina las tensiones y los malos hábitos que acosan a nuestra mente. La meditación aquieta la mente, resucita nuestra alma, nos hace conscientes del profundo amor que se encuentra presente dentro de nosotros y es el único medio para conocer, experimentar y regresar a Dios.