Desarrollando Nuestra Naturaleza Espiritual - Espiritualidad Básica

Desarrollando Nuestra Naturaleza Espiritual

Mientras nuestras prioridades estén enfocadas solo en los aspectos materiales de la vida, seguiremos sintiéndonos cada vez más frustrados e insatisfechos con nosotros mismos. Hasta que no ordenemos nuestras prioridades, teniendo en cuenta nuestra naturaleza espiritual, y actuemos de acuerdo a ella no lograremos el auténtico equilibrio y la felicidad duradera. Sin embargo, incluso este primer paso es difícil, ya que basamos nuestras prioridades en nuestra percepción imperfecta de quien somos.

Pensamos que solo somos el cuerpo, y nos identificamos con él porque es nuestra parte más fácil de ver. Pero, reflexionemos un momento: ¿el simple hecho de que estemos en un cuerpo, significa que somos el cuerpo? El cuerpo no ha dejado de cambiar. ¿En qué nos parecemos al niño que fuimos hace 10, 15, 25, 40 o 60 años? En casi nada. No queda en nosotros ni una sola célula de cuando éramos niños. Sin embargo, nos aferramos a la idea de que somos el cuerpo porque mantenemos, durante todo el día, nuestra atención apegada a lo que escuchamos y vemos en el mundo. La realidad es que aun cuando estamos en un cuerpo no somos el cuerpo; y aunque interpretamos ciertos papeles en el mundo tampoco somos esos papeles.

Si creemos que solo somos seres físicos, ordenaremos nuestras vidas, objetivos y prioridades de acuerdo a esa forma de ver el mundo. Entonces nuestras prioridades se centrarán principalmente en cómo conseguir dinero, posición social, seguridad material, belleza física, salud corporal y una multitud de cosas parecidas. Estas prioridades limitan nuestro desarrollo. Surgen de nuestra limitada percepción de quién somos. Todas las limitaciones humanas provienen de esa gran debilidad humana que es el ego, la idea de que somos nuestra personalidad, de que somos el centro de todo y que todo está aquí para mí. El ego es nuestro autocentrismo, nuestra obsesión por ‘mí y lo mío, yo mismo y yo’. Es el ego el que siempre quiere controlarlo todo. Es el ego el que siempre quiere poseer y ser dueño de todo. En tanto nos identifiquemos con nuestro ego, con nuestro cuerpo y con nuestra personalidad, continuarán nuestros sufrimientos y limitaciones.

Los santos nos dicen que somos seres espirituales viviendo una experiencia humana y no seres humanos pasando por una experiencia espiritual. La diferencia conlleva enormes implicaciones, y el darnos cuenta de esa diferencia nos ayudará a redefinir nuestro concepto de quién somos. Somos seres espirituales en el camino de la eternidad con obligaciones que desempeñar en el plano físico. No somos meros terrícolas que dejaremos de existir cuando abandonemos el cuerpo. Si nos damos cuenta de que somos seres espirituales, entonces fijaremos nuestros objetivos en consecuencia y nuestras prioridades automáticamente se ordenarán.

Nuestro ego es el único obstáculo que nos separa de nuestra naturaleza espiritual. Para desarrollarnos espiritualmente, primero debemos aprender a dejar de lado nuestro ego. Esto no se consigue fácilmente. Tenemos que eliminar muchas capas de avaricia, deseo, miedo, malos hábitos, egoísmo e ignorancia –que son los ladrillos de nuestro fuerte muro de ego– antes de que podamos saber quién somos. El ego es nuestro mayor obstáculo, este es el equipaje inútil que hemos acumulado en nuestro viaje por la vida, y es desprendiéndonos de él como descubriremos que en realidad somos seres espirituales.

En cierta ocasión, una persona estaba admirando las esculturas de Miguel Ángel y, acercándosele, le preguntó: “¿Cómo puede hacer esculturas tan maravillosas?”. Miguel Ángel contestó: “No es difícil. Lo único que hago es quitar lo que sobra. Las esculturas ya están ahí”. Lo mismo ocurre con la espiritualidad, si eliminamos las pesadas y gruesas capas que ocultan nuestra naturaleza espiritual nos volveremos más sutiles, ligeros y libres. No se trata de que tengamos que desarrollar nuevas cualidades. Ya las tenemos. Solo tenemos que retirar las capas que cubren nuestra naturaleza espiritual para que surja por sí misma.

Para aquellos que logran aniquilar el ego, la dimensión espiritual se convierte en su realidad, incluso mientras viven en este plano terrenal. Mientras sigamos absortos en el panorama del mundo, no podemos ir más allá del estrés y la ansiedad tan característicos de nuestra vida moderna. Mientras permitamos que nuestros sentidos nos dirijan, continuaremos alejados del verdadero tesoro que se esconde en nuestro interior. Mientras sigamos buscando la felicidad en el mundo exterior, permaneceremos frustrados. El desarrollo espiritual nos reorienta hacia la vida interior. La expansión de la conciencia solo se produce cuando la mente es dirigida hacia dentro y hacia arriba. La tendencia habitual de la mente es ir hacia abajo y hacia afuera, por lo que si no cambiamos su orientación, su inclinación natural continuará impulsándonos al mundo externo.

Los santos contrastan los extremos materiales y espirituales del comportamiento humano para ayudarnos a elegir dónde queremos ir. A nosotros nos corresponde modelar nuestro futuro y decidir lo que deseamos ser. Si deseamos conocer una felicidad y satisfacción duraderas, nos guían para que dirijamos nuestra atención hacia nuestro interior y experimentemos el gozo espiritual. Si queremos la excitación externa, la confusión y el sufrimiento del cambio permanente, entonces podemos emplear nuestras energías en el mundo y dejarnos gobernar por nuestros sentidos. Los santos llaman a las cosas por su nombre. No escatiman palabras para describir las consecuencias de las elecciones que hacemos.

Esclavizados por el mundo

Por un lado, los santos nos dicen que hay personas que constantemente están ardiendo en sus deseos y antojos. Son víctimas de la ilusión, buscan la felicidad en lo transitorio y siempre se sienten vacías e insatisfechas. El apego y la aversión, el deseo y la ira, corroen sus vidas y eclipsan su naturaleza espiritual. La autosatisfacción y la aversión las mantienen moviéndose constantemente entre lo que aman y lo que odian. Las conducen a extremos, acosados por la vanidad, el odio, el sexo o la avaricia. El corazón se les ha endurecido y continuamente se sienten frustradas. Como mendigos van de puerta en puerta y nunca sacian su apetito. Nada les despierta a la realidad, ni siquiera la muerte de los demás. Solo ven el maquillaje, la superficie externa y el cuerpo, olvidando que este acaba convertido en un puñado de polvo. Sus vidas son artificiales y sin sentido. Su naturaleza espiritual está muerta, por eso ni siquiera surge en ellas el pensamiento de desarrollarla, aun cuando la espiritualidad es la única cosa que podría mejorar sus vidas. Y no surge ese pensamiento porque debido a una multitud de afanes sin sentido que ellas mismas han inventado, han eliminado el aspecto más positivo de su naturaleza. ¿Puede alguien describir la secreta agonía, inquietud y angustia que tienen que soportar?

Liberados por el espíritu

Por otro lado, los santos señalan que hay personas que viven en el mundo, desempeñan sus responsabilidades y están desapegadas de él. Son conscientes de su naturaleza espiritual y constantemente están en contacto con ella. Viven en medio de la ilusión pero no se dejan engañar. Son profundas y aún así llevan vidas sencillas. No desprecian a nadie. No piensan mal de nadie ni engañan a otras personas. Su pensamiento es transparente como el cristal y son eficaces en todo lo que emprenden. Su corazón está abierto para todos. Sienten amor verdadero por todos los seres vivos. Han realizado todo el potencial del precioso don de la forma humana.

No se limitan a existir sino que viven plenamente con sentido, finalidad y gozo. Han logrado un equilibrio perfecto entre sus obligaciones mundanas y las espirituales, y se han liberado del estrés y la desdicha del mundo. Son personas que han convertido la espiritualidad en la primera de sus prioridades, y viviendo las enseñanzas de los santos han fundido su conciencia en el Verbo, que es la finalidad y el origen de todo cuanto existe.