La Necesidad de un Maestro Espiritual Vivo - Espiritualidad Básica

La Necesidad de un Maestro Espiritual Vivo

Desde que han existido seres humanos en esta tierra, también ha habido maestros espirituales, santos o místicos para enseñarnos el verdadero propósito de la vida. Como se explicó anteriormente, los términos santo, místico y maestro espiritual, tal como se utilizan en este libro, se aplican a una persona que ha dominado su mente, ha elevado su conciencia hasta las regiones espirituales más altas, ha visto cara a cara la realidad de Dios y se ha fundido en esa realidad.

El primer y fundamental principio de las enseñanzas de los santos es que para poder llegar a la realización de Dios necesitamos la guía de un maestro vivo. Para algo tan sencillo como aprender a conducir, necesitamos un profesor. Si queremos aprender a pilotar un avión, no podemos lograrlo con solo leer manuales y libros. Si mientras estamos aprendiendo a pilotar no nos acompaña un profesor, tendremos un accidente. Por consiguiente, ¡cuánto más necesario será un maestro vivo para aprender a cruzar la densa realidad de la vida diaria de forma segura, para enfrentarnos a la complejidad del mundo sin perder nuestro equilibrio, para aprender a entrar en los planos de existencia más sutiles y para viajar por esas regiones internas que el alma debe atravesar cuando abandona el plano físico!

La espiritualidad es un asunto muy grande y complejo. Para viajar por las regiones internas es necesaria la compañía de un guía que conozca esas regiones y que él mismo haya viajado por ellas. Mientras no entremos en contacto con una persona que esté plenamente familiarizada con todos los detalles de las regiones interiores, de modo que podamos sacar provecho de sus experiencias, nos resultará muy difícil movernos en esa dirección.

Ninguna persona de este mundo, por muy inteligente, amable o religiosa que sea, puede ayudarnos en esas regiones internas, a menos que haya viajado por ellas. Igual que necesitamos un guía que nos dirija cuando viajamos por un territorio desconocido y peligroso del mundo exterior, también necesitamos un guía para viajar por los planos interiores. A menos que alguien haya llegado a esos planos sutiles y los haya cruzado, ¿cómo podemos esperar que salga a nuestro encuentro después de la muerte? De igual modo, a menos que una persona haya logrado ella misma la realización de Dios, ¿cómo va a poder llevarnos de regreso al Señor?

En realidad, necesitamos maestros desde el momento en que nacemos. Ya sea en casa, en la escuela o en la vida, aprendemos mejor de otros. En el mundo apenas hay alguna profesión o habilidad que pueda ser dominada sin la ayuda de un maestro. Entonces, ¿cómo podemos pensar en aprender esa dificilísima materia de la ciencia espiritual sin un maestro? Sus requerimientos son mucho más exigentes y la necesidad de un maestro más urgente que en cualquier otra materia que podamos imaginar. Nuestro maestro no solo debe guiarnos a lo largo de nuestra vida, sino que también tiene que acompañarnos y guiarnos después de la muerte.

Una vez que hemos aceptado que siempre aprenderemos mejor de otro ser humano y que la espiritualidad no es materia de fe ciega sino que es una ciencia como cualquier otra, comenzamos a valorar y aceptar la necesidad de un maestro espiritual. Los grandes místicos o santos vienen a la tierra precisamente para ese trabajo. Vienen, no para hacer de este mundo físico un lugar mejor, sino para revelarnos el método de la realización espiritual y liberarnos así de la interminable esclavitud del nacimiento y la muerte. El siguiente ejemplo puede ilustrar este punto:

Imaginemos por un momento que en una prisión hay muchas personas encarceladas. Una persona caritativa pasa por allí, y viendo que los presos no disponen de agua fresca durante el verano, hace que se les envíe hielo diariamente. Llega otra persona caritativa, y viendo que a los presos se les sirve una alimentación repugnante, da órdenes para que se les distribuyan regularmente platos deliciosos. Una tercera persona caritativa, compadecida también de los encarcelados, los provee de cálidas mantas durante la estación fría. Estas tres buenas personas han conseguido, indudablemente, aliviar hasta cierto punto las penalidades de la vida en la cárcel, pero los presos siguen encarcelados. Todavía permanecen en la prisión. Altos muros los separan del mundo exterior, y el anhelo de libertad es todavía un sueño sin realizar.

Entonces aparece en escena otra persona. Tiene las llaves de las puertas de la cárcel, abre esas puertas y libera a los presos, y estos una vez libres pueden regresar a sus casas. No hay ninguna duda de que la acción de la última persona satisface la necesidad verdadera de los presos de una manera que no consiguieron las acciones caritativas de las tres personas anteriores.

De igual modo, los místicos describen frecuentemente este mundo como una gran cárcel. Esta cárcel solo tiene una salida, y su secreto solo lo conocen los santos. El santo es el único que tiene la llave y puede abrir la puerta. Solamente un santo puede guiarnos a lo largo del sendero secreto de liberación que es el sendero espiritual interior, apartando todos los obstáculos que nos impiden la libertad, cosa que no se puede lograr con ningún otro procedimiento.

Los santos del pasado fueron indudablemente verdaderos maestros espirituales, sin embargo, no podemos beneficiarnos de ellos. En la actualidad, necesitamos un maestro vivo. Igual que un enfermo tiene que consultar a un médico vivo y no puede recibir tratamiento de un médico del pasado (por muy famoso que hubiera sido), del mismo modo, nosotros también necesitamos un maestro espiritual vivo. Solo un maestro espiritual vivo puede ayudarnos a descifrar la complejidad de la vida en la que nos encontramos permanentemente atrapados.

Un maestro vivo es imprescindible para que se nos pueda revelar la realidad interior. Si para alcanzar la realización de Dios pudiéramos prescindir de un maestro vivo, entonces no hubiese sido necesario que los santos del pasado vinieran a este mundo en forma humana. Si los santos del pasado hubieran podido ayudarnos sin estar presentes entre nosotros, entonces, ¿qué necesidad había de que vinieran a la tierra? Si Dios, sin la mediación de una vida humana que encarne sus cualidades, pudiera hoy llamar a las almas de regreso a su elevado estado espiritual, entonces, ¿qué necesidad habría de que siempre hubiera maestros presentes en el mundo? En definitiva, si existe la necesidad de que haya maestros espirituales en la forma humana en ciertos momentos de la historia, entonces, ciertamente sigue existiendo esa necesidad en la actualidad. El hecho es que un maestro vivo es absolutamente necesario para el camino espiritual. Cristo también en su propio tiempo, dijo: “Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo” (Juan 9,5). Los santos y místicos de todos los tiempos y países han subrayado la necesidad de un guía vivo en el viaje interior.

El camino del maestro espiritual

Nuestra idea de los reinos superiores o de la realidad solo es un concepto mental. En tanto no los hayamos explorado por nosotros mismos, solo será una proyección de nuestra mente, un producto de nuestra imaginación. Sin embargo, un verdadero maestro espiritual no se rige por conceptos mentales, proyecciones de la mente o por lo que haya leído en los libros. Un verdadero maestro espiritual habla de su propia experiencia. Como los místicos se han fundido en el estado supremo de felicidad y unión con Dios, explican lo que ellos han experimentado.

Los verdaderos místicos nunca sostienen que debamos cambiar de religión. Vienen a unir, no a dividir. El sol tiene muchos rayos, y cuando los miramos pueden parecer diferentes unos de otros, pero si miramos su origen observamos que todos ellos en esencia son una sola y la misma cosa. Podemos referirnos a Dios como Jesucristo, Alá, Krishna, energía cósmica o con cualquier otro nombre, pero lo que todos queremos en realidad es ponernos en contacto con esa misma verdad. La verdadera espiritualidad no tiene nada que ver con los ritos y ceremonias externas de nuestras religiones; tiene que ver con el amor que debe existir en todos nosotros, independientemente de cómo lo expresemos. Dentro de nosotros no hay fronteras. Necesitamos redescubrir nuestra propia herencia divina (ese tesoro escondido en nuestro interior), y la manera de realizar esto es precisamente lo que vienen a enseñar los verdaderos maestros espirituales. Ellos mismos se han vuelto a fundir en el origen de todas las cosas, el origen de todo cuanto existe. Para hacerlo, abandonan su cuerpo a voluntad, viajan a las regiones espirituales más elevadas y regresan a voluntad para seguir instruyendo a sus discípulos, a fin de que también ellos aprendan a realizar lo mismo.

Los maestros espirituales verdaderos no vienen a cambiar el mundo. En sus enseñanzas dejan bien claro que este mundo no está destinado a convertirse en un paraíso. Si esa hubiese sido la intención, los grandes santos y místicos del pasado ya lo habría convertido en un paraíso.

Los santos nos enseñan a recoger nuestra conciencia y fundirla en la dulce melodía del espíritu de Dios. Una vez en contacto con la música interior, la mente viaja con ella hasta su misma fuente, hasta que llega a su morada original. El alma, que permanecía sedienta y paralizada en el desierto de la mente, bebe del agua de la vida, y triunfante y gozosa regresa de nuevo a su origen.

Características de un verdadero maestro espiritual

Las enseñanzas de los santos son gratuitas, como todos los otros bienes de la naturaleza, como el aire, el agua o la luz del sol. Por consiguiente, el verdadero maestro espiritual nunca cobra nada ni acepta donativos por sus enseñanzas. Las imparte siempre gratuitamente. El maestro nunca es un mendigo ni una carga para nadie, y siempre se mantiene a sí mismo y mantiene a su familia ganándose el pan de cada día. En nuestro tiempo es muy difícil encontrar un verdadero maestro espiritual que únicamente esté interesado en ayudar a las personas y no en su dinero. El verdadero maestro espiritual no se opone a los que no comparten sus convicciones, ni se queja del comportamiento de los demás. No critica, ni difama, ni tampoco hace milagros, como los magos, para complacer a la gente que le escucha. Es humilde y discreto, y mantiene ocultos sus poderes. Su principal objetivo es enseñar a sus discípulos cómo meditar en el Verbo o Shabad para conseguir la realización de Dios, y también cómo vivir su vida diaria a fin de fortalecer este trabajo espiritual.

Ventajas de tener un maestro espiritual vivo

Solamente un santo lo sabe todo sobre la muerte. A la hora de la muerte, cuando la familia, las posesiones y el cuerpo nos abandonan, es el verdadero maestro espiritual el único que permanece con nosotros. Él, el maestro perfecto está con nosotros cuando atravesamos la puerta de la muerte. Y después de la muerte, él es quien nos guía en las regiones espirituales.

Cuanto más progresamos en nuestro estudio del misticismo, resulta mucho más obvio que no podemos avanzar sin un maestro vivo. Nuestro maestro es el amigo, el guía y ejemplo vivo de nuestro ideal, y se convierte en el fundamento y soporte de nuestro crecimiento espiritual.

Las ventajas que obtenemos cuando recibimos la dirección y consejo de un maestro vivo son infinitas. Un verdadero maestro nos capacita para ser mejores personas, más amables, más eficientes, más amorosas, y para cumplir mejor con nuestras obligaciones diarias. Nos ayuda también a elevar nuestra conciencia sobre las esferas de la mente y la materia. Siguiendo sus instrucciones contactamos interiormente con la energía de Dios. Es la magia de esta energía la que nos libera de todas nuestras limitaciones.

Igual que un joyero sabe cómo escoger un diamante en bruto y quitarle lo que le sobra, convirtiéndolo en una piedra preciosa, el maestro espiritual también ayuda al discípulo a deshacerse de las capas que cubren su verdadera naturaleza espiritual, descubriéndole su valiosa esencia verdadera y ayudándole a que surja plenamente a la superficie de su ser.